Alín - Capítulo IV



IV.

Alín siguió el camino que le había señalado el hombre de la cabaña y no tardó mucho en llegar al claro. Se trataba de un pequeño círculo en el que no crecían los árboles y estaba atravesado por un pequeño arroyo que probablemente nacía en uno de los ríos que Alín había visto en el mapa. Los árboles que rodeaban el claro eran altos y de troncos imponentes, pero la luz de la luna alcanzaba a atravesar sus ramas dándole cierto encanto a ese extraño espacio en medio del bosque.

Alín intentó armar la tienda de campaña sin éxito, pero logró encender una pequeña fogata y comenzar a cocinar las extrañas verduras que le había dado el hombre. Se sentó junto a su improvisada fogata y miró a su alrededor. Escuchó el sonido que hacía el agua al hervir y sintió el fresco aire nocturno en su cara. La luna iluminaba el claro lo suficiente como para alcanzar a ver todo lo que se encontraba en él. Nada... Alín fue plenamente consciente de lo solo que estaba. Pensó en su padre enfermo y en la vida que llevaban antes de que enfermara. La aldea en la que vivía era pequeña y su familia vivía alejada de las demás casas para cultivar lo que sólo se daba en esa zona. Su madre había muerto cuando era pequeño y su padre visitaba las aldeas grandes a menudo para vender lo que producían. Lo que más le sorprendía de estar en donde estaba y haciendo lo que hacía era lo muy similar y diferente que era de la vida que llevaba hace tan solo unos días. El miedo y la incertidumbre eran nuevos, pero también esa emoción que se escondía debajo de todo. El silencio no era nada nuevo, ni lo era estar solo. Sentado en medio del claro, Alín se preguntó qué significaba realmente estar solo. Se recostó sobre la cobija que había metido en la mochila y miró el cielo lleno de estrellas. Si hubiera alguien a su lado, ¿vería las mismas estrellas? ¿Serían las mismas? Su padre había recibido alguna vez a un visitante de una de las aldeas grandes. El visitante había pasado una o dos noches en la casa antes de seguir su camino. Alín no recordaba su nombre ni hacia dónde se dirigía, pero sí recordaba lo mucho que se había sorprendido el hombre al ver el amanecer. Alín se levantaba antes de que saliera el sol todas las mañanas para ayudar a su padre y para él el amanecer significaba que el desayuno llegaría pronto. El hombre había llorado mirando el amanecer.

Recostado sobre el claro, Alín pensó que si hubiera alguien a su lado, vería un cielo diferente. El mundo que veía y sentía probablemente era solo suyo. Sólo él podía sentir al mundo de la manera en la que lo hacía, sólo él podía saber lo que se sentía estar lejos de su aldea después de haber vivido toda su vida sin conocer más, sólo él podía saber lo emocionante que parecía el mundo a través del dolor que sentía por su padre. Pensó que si hubiera alguien a su lado, vivir se trataría probablemente sobre compartir diferencias y similitudes. En ese momento, el mundo se trataba de sentir y caminar solo y Alín se dio cuenta de que no sentía que fuera algo malo. El mundo que veía ahora le pertenecía sólo a él. Sin importar a dónde llegara o qué pasara con su padre, si había algo de lo que estaba seguro, era de que iba a estar consigo mismo por el resto de su vida.

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