Mía



Mía caminaba por la calle mirando descaradamente a las personas a su alrededor. Algunas le sonreían, otras esquivaban la mirada incómodas y de vez en cuando alguna la miraba directamente a los ojos hasta que se perdían de vista. Esas eran las que más le gustaban. Se sentía perdida y con el corazón arrugado en el pecho. Sentir que la miraban directamente hacía que se sintiera ingenuamente comprendida. Le hacía sentir que el mundo tal vez no era tan pequeño como ella creía y que había espacio para todos.Tras caminar un rato e incomodar a muchos, se sentó en el parque pequeño que quedaba cerca de su casa. Sentada en un banco con la bufanda tapándole la boca y las manos en los bolsillos del abrigo, Mía siguió observando a las demás personas. Tal vez se debía a los muchos libros que había leído, pero observar a otros de esa forma, tan "en tercera persona", la fascinaba. No se trataba de lidiar con la falta de sinceridad, las formalidades o las conversaciones de mesa. No se trataba de ser honesta y aun así nunca ser comprendida. Se trataba de mirar a otros en su entorno natural, viviendo sus vidas y estando consigo mismos. Los libros y películas que disfrutaba siempre estaban llenos de personajes sólidos que tenían conversaciones sinceras en las que solían decir exactamente lo que pensaban... o en las que el lector siempre sabía qué estaban ocultando y por qué. Tenían problemas profundos y mundanos, pero siempre interesantes. El mundo real era muy distinto. "¿Qué tal tu universidad?". Bien. ...inserte silencio incómodo aquí..."¿Qué estás estudiando?" Psicología. "Ah...cierto"...inserte silencio incómodo aquí... Así eran las conversaciones en el mundo real. Mía no creía en la "afinidad". Creía en la sinceridad, con otros, pero sobretodo consigo mismas. Personas que eran capaces de decir: "Esta soy yo. Con defectos y cualidades, pero esto es lo que soy, esto es lo que pienso y esto es lo que creo. Esta es mi posición en el mundo y estoy genuinamente interesado en conocer la tuya". Hace mucho que había dejado de creer que sentir "afinidad" o conversaciones sin silencios incómodos se tratara de encontrar personas con gustos similares. No, se trataba de personas que fueran capaces (sinceramente capaces) de decir: "No estoy de acuerdo contigo y opino todo lo contrario, pero entiendo lo que me estás diciendo y entiendo de dónde viene tu opinión". Sentada en el parque con las manos entumecidas aún dentro del abrigo, a Mía le gustaba imaginar que podía escuchar lo que pensaban los otros. Probablemente por dentro todos sabían quiénes eran y no tenían ninguna necesidad de impresionarse a sí mismos. 

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