Alin - Capítulo III


III.

Alin había caminado por un par de horas siguiendo el mapa e intentando llegar al símbolo más cercano. Sentía el corazón apretado y después de parar y ser consciente de lo que sentía, se dio cuenta que ante todo tenía miedo de llegar al punto marcado en el mapa y no encontrar nada. Alín miró alrededor, el camino seguía hacia el norte adentrándose en un bosque, el sol lo iluminaba todo, pero no quemaba y había podido comprar algunas provisiones a un viajero que había encontrado en el camino. Todo lo que podía hacer ahora era seguir adelante. Al acercarse al bosque vio con alegría que una columna de humo se levantaba a pocos metros de donde comenzaba el bosque, justo en donde Alin calculaba que estaba el lugar marcado en el mapa. 

Tras varios minutos luchando con raíces que salían del suelo por todas partes y ramas que parecían invisibles hasta que chocaba con ellas, Alín llegó por fin a la cabaña. Se dio cuenta de que era un completo desconocido a punto de golpear en la puerta de una cabaña en medio del bosque, pero ¿qué más podía hacer? Era plenamente consciente del camino que había recorrido hasta ahí y era plenamente consciente de que estaba haciendo lo que podía por su padre... y por sí mismo. Alín golpeó la puerta de la cabaña. 

Escuchó que alguien se movía en el interior y pocos minutos después, la puerta se abrió. Un hombre alto, de largo pelo blanco recogido en la nuca lo miró con curiosidad. Alín vio aterrado que tenía en la mano un cuchillo. Al ver su cara horrorizada, el hombre soltó una carcajada, guardó el cuchillo y miró al muchacho con curiosidad. Algo en su mirada emanaba la misma comprensión que el curandero en su aldea y sus movimientos emanaban la misma tranquilidad. Al ver que el hombre no decía nada, Alín sacó de la bolsa de tela el pergamino y se lo entregó. El hombre lo recibió sonriente y lo abrió. Pareció reconocerlo al instante, lo que alivió a Alín, pero al darse cuenta de que Alín lo miraba, el hombre dejó de sonreír. 

- ¿Por qué viniste? -. Preguntó serio y con voz grave. Alín pensó que debería sentirse sobrecogido, pero su mirada seguía siendo la misma del curandero.

- Mi padre está enfermo y el curandero en mi aldea me dio el pergamino- respondió con voz firme.

- Entiendo, pero ¿por qué viniste? -. Alín sintió que el alma se le caía a los pies. No tenía idea de qué había venido a buscar y esperaba que fuera el hombre el que le diera respuestas. ¿Qué había venido a buscar? Al hacerse esa pregunta se dio cuenta que el hombre no le había preguntado qué, sino por qué. Alín levantó la mirada y vio que el hombre le sonreía paternal. Cuando se dio cuenta de que el muchacho lo miraba, el hombre dejo de sonreír de inmediato. Pensó en lo que había descubierto en esa roca en la mitad del camino.

- Sé que es lo que puedo y quiero hacer en este momento - respondió Alín algo avergonzado, pero decidido.

- ¡Bien!... quiero decir, entiendo - respondió el hombre intentando disimular otra sonrisa.- ¿Y qué estás buscando?-.

- Salvar a mi padre, si es posible... y la experiencia.- Alín miró al piso antes de continuar -. Una experiencia plenamente consciente-.

- ¡Bien! ¡Bien! - respondió el hombre dándole un golpecito en la cabeza con el pergamino para acentuar cada palabra.- Espera aquí-. 

Tras unos minutos salió contento de la cabaña con los brazos llenos bultos y comida. 

- Tendré que preparar... unas cosas... para tu padre. Coge todas estas cosas - el hombre lo dejó caer todo al suelo frente a Alín- y sigue el sendero hasta llegar a un pequeño claro. Una lección por un favor.-Dijo el hombre poniéndole ambas manos en los hombros.- Duerme ahí y vuelve en la mañana-.

El hombre se volteó, entro en la cabaña y cerró la puerta dando un portazo. Alín se quedó boquiabierto mirando la puerta y luego al montón de cosas desperdigadas a sus pies. Había una tienda de campaña, una olla, varias verduras de aspecto extraño y una cobija. Alín, todavía boquiabierto, comenzó a recogerlo todo. Cuando tenía los brazos llenos de cosas, la ventana al lado de la puerta se abrió y de ella salió disparada una mochila grande. El muchacho miró la ventana por unos segundos antes de meter todo dentro de la mochila, mirar una vez hacia la puerta... y comenzar a caminar por el sendero hacia el claro. 



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