Tom


Tom caminaba por el parque todas las tardes después de salir del trabajo. Dejaba los reportes sin terminar sobre su escritorio, cogía su abrigo, se levantaba sin mirar a nadie y salía de la oficina con los pensamientos del día bajo el brazo. Bajaba las escaleras, caminaba un par de calles y llegaba al parque de la ciudad. Para entrar había que pasar bajo un gran arco y a Tom le encantaba pararse frente a él y sentir a los autos que pasaban, pitaban y contaminaban a su espalda mientras él miraba a lo niños jugando con pelotas, a las parejas haciendo picnics y al viento meciéndolo todo al otro lado del arco. Tom caminaba siempre por el mismo camino, se sentaba en el mismo banco, leía hasta que el mundo pareciera empujarlo a irse y hacer algo más y la observaba. Ella llegaba a la misma hora todas las tardes, venía siempre por el mismo camino, se sentaba en el mismo banco y leía. A Tom le gustaba imaginar que conversaba con ella y pasaba gran parte de sus tardes acompañado de la imagen que tenía de ella en su cabeza. La había idealizado hasta tal punto que hablarle en la vida real simplemente ya no tenía sentido. Tom se contentaba con observarla e imaginarla. Tom solía irse del parque cuando anochecía, pero siempre se la llevaba consigo. Caminaban juntos hasta salir del parque, tomaban el bus y calentaban la comida en el microondas juntos. "¿Otra vez lo mismo, Tom?", preguntaba ella en su cabeza. "¿Hay algo más?", respondía él.

Se separaban en la mañana cuando ella tenía que ir a su emocionante, intelectual e indefinido trabajo y él... pues tenía que ir al suyo. Demasiado tiempo juntos podía ser perjudicial para los dos, pero aun así de vez en cuando no podía evitar escuchar su voz en el trabajo. "Un par de horas más y podrás ir al parque, Tom", "Tu jefe es un pesado, Tom, ¿puedo empujarlo por las escaleras?", "Te mueres por dentro un poco cada día, ¿lo sabías?", "¿Cuando vas a hablarme? Estaré esperándote en el parque, Tom".

Tom no necesitaba hablarle. Estaba a gusto con su trabajo, su rutina y sus conversaciones mentales. Cada cual tenía su papel en el mundo y en esta vida el descontento, el raro y el de la dimensión de más era él. La felicidad era para otros, para los que se levantaban del banco y hablaban con desconocidas que tenían libros en las manos. El permanecería parado frente al arco, escuchando a los pesimistas y fracasados pasar, pitar y contaminar detrás de él, mientras observaba a los parecían tener un talento natural para encontrar su lugar en el mundo, entre picnics, niños y bonitas chicas sentadas en bancos. "¿Otra vez lo mismo, Tom?". Entró al parque y se sentó en su banco mientras la observaba. "¿Hay algo más?".

Mientras ella estuviera ahí, sentada en el parque con un libro entre sus manos, el mundo seguiría y él seguiría en él, haciendo lo mismo y pensando en algo más. Un día llegó al parque y el banco estaba vacío... "¿Otra vez lo mismo, Tom?". Tom, con sus ideales y miedos bajo el brazo, se paró bajo el arco y miró el mundo a su alrededor. Vio ambos bancos vacíos, el de ella y el suyo. "¿Hay algo más?, se preguntó a sí mismo antes de comenzar a correr dispuesto a no parar hasta encontrarla.

0 comentarios:

Publicar un comentario