Alín - Capítulo II


II.

Con la bolsa de tela en el hombro y el pergamino apretado en la mano, Alin había caminado varias horas por el sendero que salía de su aldea. Había caminado un par de kilómetros antes de darse cuenta que estaba tan afanado por ayudar a su padre que no había examinado atentamente el pergamino. Se sentó en una roca al lado del camino y abrió el mapa rudimentario dibujado encima de una lista de lo que parecían nombres. En el mapa aparecían varios puntos marcados con diferentes símbolos en medio de dibujos básicos de montañas, ríos y caminos. Abajo del mapa había una lista con varios nombres y Alin se dio cuenta descorazonado de que casi ninguno tenía significado para él, excepto el último. El último nombre en la lista era el nombre de su aldea, al lado de lo que probablemente era el nombre de una persona. Lo primero que pensó es que se trataba del nombre del curandero... antes de darse cuenta de que realmente no conocía su nombre. ¿Cómo era posible? Sentado al lado del sendero que salía de la aldea en la que había vivido toda la vida, Alin se dio cuenta de que había entrado en la choza de un desconocido con su padre enfermo en la carretilla y el pedido, probablemente absurdo, de que lo curara. A cambio, el curandero lo había mirado con ojos llenos de comprensión, le había devuelto su dinero... y Alin no sabía su nombre.

No sabía a dónde iba, qué debía encontrar ni qué significaban las palabras en el pergamino, pero cuando miró hacia atrás pudo ver que había caminado un largo trecho. El camino se perdía detrás de una colina en la que crecía un gran árbol. Su aldea se encontraba en una zona llena de grandes cultivos, por lo que el árbol sobresalía siendo el único en toda esa área. Era enorme, con grandes ramas extendiéndose hacia el cielo y ofreciendo una sombra que probablemente muchos caminantes habían disfrutado. ¿La había disfrutado él? Alin pensó que el árbol probablemente era lo suficientemente grande como para que los caminantes pudieran verlo desde una gran distancia y entonces se dio cuenta de que no había reparado en él en todo el trayecto que había caminado. El árbol era enorme, ofrecía una sombra deliciosa... y Alin simplemente no se había fijado en él.

Sentía una fuerte opresión al pensar en su padre, pero Alin la dejó a un lado antes de concentrarse en lo que veía y sentía. El cielo se extendía más allá, azul como sólo podía serlo el cielo, sentía una suave brisa en la cara y la piedra sobre la que estaba sentado estaba caliente por el sol. Sentía miedo por el futuro, emoción por lo desconocido y una gran desazón al encontrarse de repente tan responsable de sus propias acciones. Alin selló dentro de sí mismo cada sensación. No sabía a dónde lo llevaría el tiempo, no sabía si su padre se curaría o si él llegaría a tiempo para curarlo. En esa piedra, solo y en medio de la nada, Alin fue consciente de que lo que sentía en ese momento era todo lo que tenía.

Su padre solía decirle que la gente podía caminar ciega toda la vida dejando que fuera la vida y que fueran otros los que los guiaran como ovejas. Alin había pensado que su padre hablaba de no tener opiniones y de huir de la responsabilidad, pero al ver al gran árbol en el que no había reparado en todo el camino, se dio cuenta de que se podía ser ciego de muchas formas. Había caminado varias horas sin abrir el pergamino y vagamente consciente de lo que lo rodeaba, tan preocupado por su padre que no se había parado a pensar en lo que estaba haciendo por él.

Examinó el pergamino una vez más y decidió dirigirse hacia el símbolo en el mapa que se encontraba más cerca. Sintió que una gran emoción lo embargaba, desconocida y huidiza. Lo hacía sentir incómodo, pero también tranquilo. Debajo de la preocupación que sentía por su padre, Alin se sentía emocionado.

Su padre solía hablarle del valor de la experiencia y si había algo que quería llevarse de toda esta situación, era sin duda eso: una experiencia plenamente consciente y llena de significado.

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